Coltan
En algún lugar maldecido por la naturaleza, cerca de la
frontera entre la República Democrática del Congo y Ruanda. Una sinfonía
monocorde de golpes de herramientas contra las piedras se desparrama por la
ladera. La espalda de ébano reluce al sol, como si el sudor le hubiera dado
lustre, mientras la respiración entrecortada de ese torso compite con el sonido
del pico escarbando.
La mano de su compañero se deposita en su hombro: ─Sí
sigues así en pocas horas tendrás un dolor insoportable en los brazos y en unos
días no podrás trabajar y eso aquí es la muerte─. Retira su mano y prosigue su
labor.
El novato se para y desafiante le espeta─: ¿Y a ti eso
que te importa?
─Nada ─responde sin dejar de picar, para añadir─: Si
quieres morir pronto sigue peleándote contra la piedra, tu rabia no te va a
servir de nada. Si quieres vivir, da golpes regulares acompasados con la
respiración.
─¿Cuánto tiempo llevas aquí? ─le pregunta el novato.
─5 años ─responde.
─Entonces por eso te llaman abuelo, es verdad lo que dicen
de ti, ¿Cómo has podido aguantar tanto? ─pregunta incrédulo el novato que lleva
un rato sin golpear la tierra de la ladera, llamando así la atención de un
guardia situado sobre ella. Este intenta apuntar con su moderno fusil de asalto
AK103, pero el efecto de las drogas en su cuerpo le impiden fijar el blanco;
decide descender hacia ellos. No parece un soldado de verdad a la vista de su
desastrado uniforme.
─No pensando en que podría estar haciendo otra cosa… y
vuelve a golpear que estás llamando la atención ─responde el abuelo sin dejar
su herramienta.
Dando tumbos mientras se dirige hacia ellos el soldado
les grita─: ¡Abuelo! Te gusta charlar, ya tenía ganas de pillarte; que te has
creído que es la hora del té. Volver al trabajo tú y tu nueva novia.
El novato hace intención de volverse pero el abuelo le coge
por la nuca mientras le dice: ─Pica y no lo mires, sólo pica─, él con la cabeza
gacha mira de reojo al soldado; el tiempo suficiente para distinguir la estela
de un avión que corta el cielo.
El acuerdo
─Acabamos de pasar sobre los volcanes Virunga*, ¡no puedo
creerlo! ─exclama sonriente la chica occidental situada junto a la ventanilla
del avión.
─Alguien olvidó quitar las nubes ─le dice irónicamente el
chico a su lado.
─Estoy deseando de llegar al safari y ver todo esos
animales, ¡me encanta África!, que nerviosa estoy ─insiste ella obviando la
apatía de él.
Serio, el chico le llama la atención. ─Recuerda tu
promesa, yo voy al safari y tu subes hasta el último refugio del Kilimanjaro, ─pone
la mirada del padre que ha sorprendido a su hija haciendo una travesura.
─Claro tonto, tu disfrutas del safari conmigo y yo voy a
tu montaña, ─y volviéndose le da un beso en los labios. ─Te quiero tontito.
─Y el año que viene a ver los gorilas en los Virunga ─continúa
ella, poniendo cara de caramelito.
─Teníamos que haber hecho el trekking primero y el safari
después, que no me fio…
La chica se vuelve aparentando seriedad y le dice─: Te lo
he prometido y no me gusta que dudes una y otra vez de mí. Disfrutemos de
nuestra luna de miel.
─Vale, perdona ─se disculpa el chico dándole otro beso.
Ella se vuelve de nuevo a mirar por la ventanilla del
avión, como una colegiala en día de excursión. ─Estoy deseando llegar al
safari…
*Los
volcanes Virunga están situados entre la República Democrática del Congo,
Ruanda y Uganda.
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